Entre el mar y el Benacantil. Pronto llega Agosto, como todos los años. Le va a poner argumento a esta bahía, que no lo tiene.
Agosto ¿veintiún años? Han nacido y crecido para mí, ante mis ojos turbados de hombre sin hijas, sin hermanas, de hombre que no ha tenido otra relación con la mujer joven -con la veinteañera- que la de “madmoiselle Ámsterdam”, que es precisamente la que no hay que tener en Agosto. No sin paciencia.
En apuntes, fotos, artículos, fragmentos míos, te la encuentras repetidamente aludida, es una presencia esbelta y rubia que pasa –posa- habladora y risueña por delante de la tela, ante mi cámara. Me hace al mismo tiempo padre y amante, con solo mirarla, lo que quiere decir que no me hace nada: me deshace.
Ahora, por fin, durante este mes de Agosto de Explanada, le voy a dedicar un artículo entero a la chiquilla.
Será la niña de día con sus sueños de noche. ¿Los suyos o los míos? En todo caso, la escapada nocturna, qué importa si real, poética, imaginaria, soñada o inventada, hacia mundos que la esperan.
La niña diurna volverá a ser la niña y nada más, amorosamente descrita, pero con un amor anónimo, minucioso e imparcial. Al final de Agosto, cuando Agosto se va, un mundo de obscenidad y nocturnidad se apaga.
Agosto viene mañana.
La veintena, la edad del crecimiento, se niega a sí misma cada año, cada día, se borra, se corrige, se mejora, se transforma, porque juventud es amanecer criatura distinta cada día. Sólo los viejos amanecemos siempre el mismo viejo. Con el viento, las noches de Agosto a Agosto se iluminan para esperarla. Y me quedo un poco más porque, sin mí (conciencia aguda de ella), el universo la desconoce.